Dulce niña,
vista por la lupa de los demás,
una flor floreciendo en su altar
siguiendo los pasos a la par.
La realidad perseguía a mi alma,
bueno… esa supuesta realidad
que susurraba en mi oído
y llenaba mi cerebro
hasta explotar.
Aspectos que los pájaros me cantaban
para cambiarlos,
porque sino
sería diferente a los demás.
Aquellas criaturas perfectas
aunque la perfección no tenía palabras.
¿Qué era eso?
Los pájaros me lo cantaban
y yo era ajena a ello.
Será mi peso
que no era parecido
a una pluma al volar
o creer ser un gigante
alrededor de pequeños seres sin más.
A veces, las palabras en el viento
dañan al pasar,
sin darse cuenta
la gran tormenta que se formará.
Las manchas pintadas en mi piel
marcan el estrés que deja el tren
por la presión
de la equivocación.
Mi boca, no limpia
y sin lo correcto escrito arriba,
comprendí la realidad que tenía.
Mi propia realidad,
mi ser imperfecto,
oídos con algodón
y corazón abierto.

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